El Pionero: a medio camino entre la fascinación y la repulsa

En el año 2003, cuando España aún vivía el apogeo de una burbuja urbanística que acabaría hipotecando de forma metafórica y literal el futuro del país, Jesús Gil y Gil, ex alcalde de Marbella y su sucesor en el cargo, Julián Muñóz, se acusaban mutuamente de corrupción en un programa de Telecinco. Los espectadores vivimos atónitos y en directo aquel cruce de exabruptos que incluían prácticamente todos los delitos contra la Administración pública incluidos en el código penal: desfalco, cohecho, blanqueo… Aquello sí que fue historia de la televisión y no la muerte de Chanquete. Dieciséis años después, HBO acaba de emitir el último capítulo de una serie documental dedicada al polémico edil y empresario. Su título, El pionero, es ya de por sí una declaración de intenciones. Por un lado enfatiza lo que entonces no sabíamos: Gil sería el primero en aunar política, deporte y negocios, siempre en beneficio propio y sin complejos, mucho antes de que llegaran los volquetes de putas, las fiestas Bunga Bunga y el propio Silvio Berlusconi. Auténtico influencer de su tiempo, Gil marcaría la tendencia que luego siguieron todos los empresarios y políticos inmorales que vinieron después. Por otro delata a sus autores, que como le ocurre al propio espectador, no pueden evitar sentir simpatía hacia un personaje que, aunque deleznable, forma parte del género favorito de España: la picaresca.

Gil nos dejaría para la posteridad su imagen a pecho descubierto dentro de un jacuzzi lleno de jovencitas, sus declaraciones racistas contra los jugadores del Ajax, las amenazas de muerte al futbolista colombiano Adolfo Valencia (al que quería lanzar a los cocodrilos) o sus puñetazos al gerente del Compostela frente a las cámaras de televisión. Cual Calígula, hizo desfilar a su caballo favorito, Imperioso, por el Paseo de la Castellana el año que el Atelti ganó la Copa y la Liga y pese a sus evidentes tejemanejes en la construcción y el fútbol, fue indultado hasta en dos ocasiones, primero por la dictadura de Franco y luego por el gobierno de Felipe Gonzalez. Llegó a encadenar tres mayorías absolutas de forma consecutivas: «Si Gil me da de comer yo voto a Gil», asegura en el documental un paisano de Marbella en una imagen de archivo. Pan para hoy y hambre para mañana. Su paso por el ayuntamiento dejó una deuda de casi 400 millones de euros, 30.000 viviendas ilegales y un caos urbanístico del que la ciudad aún no se ha recuperado.

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El error de los corruptos, como explica en el documental el periodista Antonio Rubio, es que nunca saben parar a tiempo. La ambición de Jesús Gil era traspasar la Costa del Sol y ganar las elecciones en Ceuta y Melilla, dos fronteras estratégicas para la geopolítica europea cuya mala gestión podría provocar un conflicto diplomático y migratorio con Marruecos. El gobierno decidió que había llegado la hora de pararle los píes y, casualidad o no, poco después de las elecciones de 1999 era inhabilitado por el «Caso Camisetas» y enviado a prisión preventiva. Comenzó así un periplo judicial que duró hasta su muerte, en mayo de 2004. Aunque en los últimos años, acosado por la justicia y la prensa, su imagen pública se había deteriorado, siguió contando con el favor del público. A su capilla ardiente, instalada en el estadio Vicente Calderón, asistieron más de 20.000 personas, una cifra propia de un funeral de estado.

Tanto en el documental como en las múltiples crónicas que le han seguido, se habla de Jesús Gil como de un antisistema.  El adjetivo podría sonar hasta romántico por lo que conlleva de oposición al poder si no fuera porque el poder está cada vez más en manos de los antisistema, de esos Donald Trump, Boris Johnson o Mario Salvini que están dinamitando las reglas del juego desde sus sillones del G8. Nos sobran personajes polémicos y líderes carismáticos y nos faltan funcionarios insobornables y profesionales con principios capaces de plantar cara a delincuentes con encanto como Jesús Gil. El fiscal anticorrupción Carlos Castresana, la abogada Inmaculada Gálvez, el juez Santiago Torres o el ecologista Javier de Luis, que también desfilan por el documental, son los verdaderos héroes de esta historia que debería dejarnos una lección para el futuro: la de no mitificar a los villanos.

 

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