Ayer salía a la venta La teoría de los momentos, el segundo libro libro de relatos de Susana García Nájera que, además de una gran cuentista, es una buena amiga así que durante la presentación estaba doblemente contenta, primero por el orgullo personal que me supone tener compañeras escritoras y segundo porque creo que siempre es una buena noticia que publiquen libros escritos por mujeres y es que durante siglos hemos sido las grandes olvidadas de la literatura y de la historia del arte.

Los museos están repletos de mujeres famosas, no hay que pensar mucho para que nos vengan nombres a la cabeza: la maja de Goya, las gracias de Rubens, la Venus de Botticelli, la Olimpia de Manet, las señoritas de Avignon… Todas desnudas, todas pintadas por señores mundialmente conocidos, sin embargo ¿a cuántas mujeres pintoras conocemos? Haciendo un esfuerzo de memoria quizá recordemos a una o dos: Frida Kahlo, Tamara de Lempicka… pero en general nos cuesta encontrar más ejemplos ¿por qué? Es cierto que hasta hace poco el lugar de las mujeres estaba en el hogar y no en las escuelas de bellas artes pero ¿de verdad quieren hacernos creer que en más de dos mil años no ha habido mujeres artistas? El Museo del Prado, la pinacoteca más importante del mundo, tiene catalogadas ocho mil obras de arte pero solo tiene expuestos cuatro cuadros pintados por mujeres y en los doscientos años que lleva abierto solo ha dedicado una exposición individual a una de ella, la pintora renacentista Clara Peeters, ¿dónde están las obras del resto? En los almacenes de los museos, escondidas en los sótanos o colgadas en las paredes pero atribuidas a otros: sus maridos, sus padres, sus maestros… porque durante siglos se ha pensado que el talento y el genio eran cosa de hombres. Un ejemplo de esta visión patriarcal del arte lo tenemos en las venus del paleolítico. Los sesudos paleontólogos que analizaron estas figurillas de piedra talladas durante la prehistoria dieron por hecho que las habían realizado hombres exagerando las formas femeninas para exaltar la fertilidad, de ahí que las bautizaran con el nombre de Venus, diosa del amor, seguido del lugar donde fueron halladas como la famosa Venus de Willendorf. Sin embargo en los años noventa, la antropóloga Catherine Hodge McCoide y Leroy McDermott propusieron otra teórica, ¿y si estás esculturas hubieran sido hechas por mujeres representándose a sí mismas? A falta de espejos, las señoras del paleolítico tendrían que ver su cuerpo inclinando la cabeza, tal y como lo hacen estas figuras, y desde esa perspectiva cenital sus formas, lejos de ser desproporcionadas, encajan de manera asombrosa con las de una mujer embarazada de nuestra época.
En la literatura también ha ocurrido algo similar. Decía Virginia Woolf que anónimo, que tantos poemas firmó, a menudo debió ser una mujer. Muchas escritoras se vieron obligadas a ocultar su identidad o a hacerse pasar por otros para publicar sus libros, es el caso de las hermanas Brontë que escribieron Jane Eyre y Cumbres borrascosas usando seudónimos masculinos. La francesa Colette firmó las novelas de Claudine con el nombre de su marido, mientras que la autora de Mujercitas Luisa May Alcott lo hizo como L.M. Barnard. La propia Joanne Rowling se vio obligada a ocultar su identidad bajo las iniciales J.K. Rowling porque la editorial de Harry Potter creía que los libros escritos por mujeres eran menos comerciales. Sin embargo, su famosa saga, ha vendido más de 500 millones de ejemplares, algo de lo que pueden presumir muy pocos hombres a excepción de Cervantes.

Los prejuicios se repiten en la actualidad cuando se sigue utilizando el término «literatura para mujeres» o «literatura femenina», casi siempre en un tono despectivo, haciendo referencia a obras como El diario de Brigette Jones o Cincuenta sombras de Grey pero la realidad es que las mujeres han dominado todos los géneros de la literatura. Algunas de las mejores novelas del oeste como El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado o Un hombre llamado caballo, que luego se llevarían al cine, son obra de Dorothy M. Johnson. El último premio Princesa de Asturias de las letras ha sido para una autora de novelas policíacas Fred Vargas, mientras que en el género bélico han destacado la rumana Herta Müller y la bielorrusa Svetlana Alexievich, ambas ganadoras del Nobel de literatura. Mención especial merece Oriana Fallaci, la primera corresponsal de guerra italiana, que formó parte de la resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial y cubrió gran parte de los conflictos armados del siglo XX. Las novelas eróticas más famosas como Enmanuelle, Historia de O, Nueve semanas y media o El amante son obras de escritoras. Incluso en la literatura romántica los personajes femeninos creados por mujeres son a menudo más fuertes y proactivos que los escritos por hombres. Dos de las grandes heroínas del siglo XIX, Ana Karenina y Madame Bovary, sacadas de la imaginación de Leon Tolstoi y de Gustave Flauver, terminan suicidándose por amor, al contrario que la protagonista de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, quien está dispuesta a matar, mentir o robar con tal de no pasar hambre pero a la que en ningún momento se le pasa por la cabeza quitarse la vida cuando su enamorado se casa con otra. En mi opinión, lo más interesante de esta libro y el verdadero conflicto de Escarlata O´Hara no es el triángulo amoroso entre ella, Rhett Butler y Ashley Willes, sino su relación con Melania Hamilton y como estas dos mujeres, que deberían ser enemigas, colaboran la una con la otra para salir adelante en un claro ejemplo de sororidad y es que los hombres se han esforzado mucho en fomentar el mito de la rivalidad femenina, pero las mujeres tenemos cosas mejores que hacer que estar siempre peleándonos entre nosotras por su atención.
En la actualidad ya no debería haber motivos para discriminarnos, las mujeres somos mayoría en las escuelas de bellas artes, en los talleres de escritura y en las aulas de filología. Según todas las estadísticas, leemos más que ellos y tenemos más títulos académicos, sin embargo, de las cincuenta universidades públicas que hay en España, solo cuatro están dirigidas por rectoras, de los cuarenta y seis miembros que componen la RAE solo ocho son mujeres, de los ciento quince premios Nobel de literatura que se han entregado hasta la fecha solo catorce han sido para escritoras y se calcula que las obras de arte creadas por mujeres valen en el mercado diez veces menos que las de los hombres. Por eso me alegro tanto cada vez que publican un libro escrito por una mujer o cuelgan el cuadro de una pintora en una galería de arte, es una gran victoria individual pero también es un pequeño logro colectivo, porque de algún modo se está haciendo justicia con todas aquellas que no pudieron hacerlo, cuyo trabajo fue invisibilizado o atribuido a otros. Ya es hora de ponerle nombre a todos esos «anónimos» de la historia que, como decía Virginia Woolf, tan a menudo fueron mujeres.
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